Ciudad del Vaticano – El mismo día de la elección del Papa León XIV, cierta hermana Martha Zechmeister, religiosa de la Congregación de las Damas Inglesas y profesora de teología sistemática en la Universidad Centroamericana de El Salvador, escribió una larga y empalagosa carta abierta al nuevo Pontífice. Publicada con énfasis en el número 145 del mensual Donne Chiesa Mondo, suplemento de L’Osservatore Romano, la carta es un manifiesto ideológicodisfrazado de llamamiento eclesial. No está dirigida solo al Papa, sino –como se apresura a subrayar la autora– a toda la Iglesia. Un texto que se pretende “evangélico” pero que huele a presión calculada, partidista y bien orquestada.

Según la hermana Martha, el verdadero cisma en la Iglesia no proviene de aquellos obispos apegados a una tradición milenaria (y por tanto, en su visión, superada), sino del “lento e imparable éxodo” de mujeres y hombres decepcionados por una Iglesia aún “simbólica y estructuralmente masculina”. No le interesa el acceso personal al sacerdocio, claro está, pero no deja de reiterar –con un candor ideológico– que había creído ingenuamente que, tras el Concilio Vaticano II, se alcanzaría pronto una “fraternidad completa”, es decir, una Iglesia sin diferencias de género. Pero la “confianza ingenua” no es una base teológica: es una declaración de fracaso vocacional, no de progreso eclesial.

Esta misiva, definida por la autora del artículo publicado en el mensual como “palabras valientes”, no es sino la última pieza de una estrategia mediática bien ensayada: aprovechar las publicaciones oficiales de la Santa Sede para hacer presión sobre el Papa y el pueblo de Dios. Quien firma este artículo es Marinella Perroni, rostro ya conocido por sus batallas pseudo-teológicas e integrada plenamente en los círculos “progresistas”. Compañera de camino del ya célebre “gritón de Camaldoli”, Andrea Grillo, Perroni nunca ha destacado por su rigurosidad intelectual, sino más bien por su capacidad para surfear toda ola polémica e ideológica con tal de obtener crédito en los salones editoriales.

Ya conocimos a Perroni en los tiempos oscuros del caso Enzo Bianchi: en aquella ocasión se lució con una carta sin pies ni cabeza en “apoyo a las monjas de Bose” – solo a las monjas, por supuesto, porque los monjes no merecen su solidaridad selectiva. Mientras Perroni escribía eslóganes para obtener visibilidad y manifestaba solidaridad con quienes no la necesitaban, los documentos hablaban por sí solos, publicados por quienes hacen información seria. Y hoy, una vez más, Perroni se erige –junto a su compinche Grillo– en promotora de la obsesión por la ordenación femenina, no por amor a la Iglesia, sino para garantizarse un lugar fijo en las revistas y en los salones de conferencias.

Es escandaloso que todo esto ocurra mientras estas personas son remuneradas por instituciones vaticanas(universidades pontificias y dicasterios). Pseudoteólogos que difunden herejías financiados por la Santa Sede: ese es el verdadero escándalo. Un drama que también se desarrolla en las páginas de Donne Chiesa Mondo, cuya conexión con L’Osservatore Romano representa una degeneración sin retorno. El diario de la Santa Sede es desde hace años el títere embarazoso del periodismo mundial, refugio de firmas ideologizadas y alejadas años luz del magisterio.

Pero la raíz del problema se hunde mucho más allá de los recientes responsables del Dicasterio para la Comunicación(Monda, Ruffini, Tornielli). El pecado original remonta a 2012, cuando Giovanni Maria Vian, uno de los peores directores en la historia de L’Osservatore Romano, decidió fundar el mensual feminista. Hombre de sorprendente ignorancia y simpatías ideológicas, Vian eligió encomendar la dirección a su amiga Lucetta Scaraffia, figura tristemente conocida por su cruzada personal contra todo lo que huela a racionalidad. Juntos dieron vida a un proyecto que, con fondos vaticanos, ha promovido siempre una ideología feminista disfrazada de reflexión eclesial.

Este mensual –nunca leído, siempre sobreimpreso– se ha atrevido a lanzar campañas sin pruebas, acusando genéricamente a los sacerdotes de abusar de las religiosas, llegando a calificar como “abusos” el hecho de que las religiosas cocinen en conventos o seminarios. Todo con tal de reinterpretar la realidad a la luz de un feminismo que quiere a la mujer superior al hombre, ignorando la verdad evangélica de la complementariedad recíproca.

En 2019, Scaraffia, privada de su padrino (Vian fue finalmente destituido en 2018 tras llevar el diario del Papa a un estado lamentable), montó una escena que haría sonrojar incluso a un dramaturgo decadente: dimisión en bloque de toda la redacción femenina, acusaciones genéricas de “silenciamiento”, quejas sobre una supuesta falta de libertad. ¿Se puede hablar de “voz autónoma y crítica” cuando se escriben artículos contra la doctrina de la Iglesia en un periódico financiado por los fieles?

En realidad, Scaraffia y compañía solo querían seguir escribiendo lo que les placía, sin diálogo, sin contradicción, pero con el dinero de otros. Podrían haber fundado un periódico independiente, pero es más cómodo hacer propagandasentadas en un sillón vaticano. Desde entonces, Scaraffia se ha convertido en invitada habitual de los programas anticatólicos, escupiendo veneno incluso contra el Papa difunto al que antes había ensalzado.

Y hoy, nada ha cambiado. Donne Chiesa Mondo sigue ignorando a las monjas de clausura, a las consagradas que sirven a Cristo en el silencio y en la fidelidad, a las miles de mujeres que sirven a la comunidad según su estado de vida y en obediencia a la Iglesia. A ellas nunca se les da voz, porque no gritan, no exigen poder, no piden el sacerdociocomo si fuera un trono desde el cual ejercer influencia. ¿Son menos mujeres que ellas?

Pues bien, solo se da voz a quien se presta a amplificar las exigencias de quienes ven en el ministerio ordenado un lugar de poder y no de servicio. Y sin embargo, no hay lugar en la Iglesia –ni para hombres ni para mujeres– que vean el ministerio como “una cima a alcanzar” para “contar algo”.

«En el origen de su vocación estaba la confianza de que solo sería cuestión de años una Iglesia en la que ya no habría jerarquías basadas en el género», escribe Perroni. Y es justamente ahí donde se revela el corazón del problema: una visión distorsionada y profundamente frágil de la vocación misma. No se puede reducir la llamada de Dios a una reacción sociológica, a una ilusión ideológica, o peor aún, a un deseo de paridad estructural. Es un enfoque que revela un déficit no solo teológico, sino espiritual, de fe y de interioridad auténtica.

Quien pretende construir su vocación sobre las expectativas de una reforma antropológica de la Iglesia, en lugar de sobre la respuesta a la llamada personal del Señor, demuestra claramente no haber comprendido ni vivido nunca el misterio de la vocación cristiana. Aquí, más que una vocación, parece haber un proyecto personal en busca de legitimación eclesial. Motivaciones inconsistentes, inmaduras, alejadas de la seriedad y la profundidad espiritualque toda vocación auténtica requiere. En la raíz de una vocación no pueden estar las reivindicaciones de rol ni las ambiciones de reconocimiento, sino solo Dios, su voluntad y la respuesta libre a un amor que llama a servir, no a mandar.

Quienes escriben en las páginas de ese mensual no representan a las mujeres en la Iglesia, se lo dice una religiosa. «Las ideologías matan, siempre», advertía el Papa Francisco. Quienes escriben en Donne Chiesa Mondo representan una ideología apenas disimulada, una frustración latente, un deseo de subversión no evangélico sino mundano. Es hora de que la Iglesia enfrente este escándalo, deje de financiar la herejía disfrazada de debate y vuelva a escuchar a quienes sirven en el anonimato, no a quienes gritan desde los escenarios mediáticos. Santidad, le pedimos que destituya a Andrea Monda y a todo el desastroso equipo de comunicación. Cuanto antes, porque los daños son evidentes.

s.E.A.
Silere non possum