Ciudad del Vaticano – Han bastado ciento cuarenta y un días a León XIV para imprimir en su pontificado un primer y decidido sello de gobierno. No un discurso, sino un nombramiento. Y no un nombramiento cualquiera: el Papa ha decidido comenzar precisamente por el Dicasterio para los Obispos, aquel organismo que él mismo dirigió desde el 12 de abril de 2023 hasta su elección al soglio pontificio. Una decisión que habla por sí sola, más que mil palabras: Prevostno ha buscado figuras externas a la Curia, sino que ha preferido valorar a quien, durante el pontificado anterior, tuvo que tragarse no pocos bocados amargos.

El nombre elegido es el del arzobispo Filippo Iannone, O. Carm., canonista napolitano, hasta hoy Prefecto del Dicasterio para los Textos Legislativos. Figura de ley y equilibrio, Iannone es un hombre que en los años de Franciscoaprendió a dar un paso atrás: absorber los golpes, guardar silencio. No por falta de sintonía personal con el Pontífice reinante, sino porque en aquella época hablar de normas y de derecho significaba arriesgarse a parecer un cuerpo extraño. «Aquí no ha llegado nada», se veía a menudo obligado a responder a las peticiones de aclaraciones que llegaban tanto de la Ciudad del Vaticano como del resto de la Iglesia católica. Incluso los textos de las nuevas disposiciones —que cambiaban continuamente, a veces de un día para otro— no llegaban al examen del Consejo Pontificio. La aversión del Papa argentino por el código, por los esquemas, por los procedimientos, era notoria. Y así, Iannone, aunque promovido a dirigir el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, permanecía en los márgenes, confinado en un sector que el Pontífice consideraba secundario, casi un adorno.

Hoy, en cambio, las cartas se barajan de nuevo. León XIV ha decidido confiar a un canonista –no a alguien tomado de fuera, sino a uno interno de la Curia– la responsabilidad de indicar al Papa los futuros obispos. Es un gesto fuerte, que deja entrever un estilo de gobierno.

Pocos pasos, con calma

Filippo Iannone asumirá el cargo el 15 de octubre de 2025, tomando la dirección del Dicasterio para los Obispos y de la Pontificia Comisión para América Latina. Paralelamente, León XIV ha confirmado ad aliud quinquennium al actual Secretario del Dicasterio, monseñor Ilson de Jesus Montanari, junto con monseñor Ivan Kovač, que permanecerá como Subsecretario.

También esta decisión revela el estilo de Prevost. La relación con Montanari, de hecho, nunca fue sencilla: durante su mandato como prefecto, el Secretario no pocas veces lo pasaba por alto, prefiriendo dirigirse directamente a Santa Martapara obtener lo que deseaba. Con Francisco, Montanari gozaba de una relación más fluida que con Prevost. No sorprende, por tanto, que a la salida de León XIV de la Capilla Sixtina, Montanari no llevara el solideo rojo de cardenal electo, y nadie encontrara motivo de sorpresa. Y sin embargo, a diferencia de su predecesor, León XIV no se deja guiar por rencores o venganzas. Su línea es otra: actuar con calma, sin sacudidas repentinas. Primero se cambia al prefecto, luego vendrá el resto.

Del derecho a la elección de los pastores

Para comprender el sentido del nombramiento hay que mirar el recorrido de Iannone. Nacido en Nápoles en 1957, ingresó muy joven en los Carmelitas, se formó en la Lateranense y en la Rota Romana. Canonista puro, hombre criado entre códigos y tribunales eclesiásticos. Defensor del vínculo, vicario judicial, profesor de derecho canónico, abogado rotal: su currículum es un compendio del mundo jurídico de la Iglesia. Pero junto a esto, ha vivido también experiencias pastorales: obispo auxiliar de Nápoles, luego de Sora-Aquino-Pontecorvo, vicegerente de la diócesis de Roma. Es un hombre que conoce las dificultades de la Iglesia y las críticas del gobierno. En los años de Juan Pablo II y Benedicto XVI fue notado y valorizado. Fue Juan Pablo II quien lo nombró el obispo más joven de Italia en 2001. Fue Benedicto XVI quien lo llamó a Roma como vicegerente. Luego, con Francisco, llegó la presidencia del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, convertido con Praedicate Evangelium en un verdadero dicasterio. Pero en aquella temporada, dominada por la idea de que el derecho debía apartarse frente a la pastoral, el papel de Iannone quedó gris, poco visible. Y sin embargo, precisamente Praedicate Evangelium había trazado un perfil altísimo del dicasterio que él dirigía: interpretación auténtica de las leyes, vigilancia sobre las prácticas ilegítimas, promoción del derecho canónico, ayuda a las conferencias episcopales. Todas tareas cruciales, que sin embargo quedaron a menudo en un cajón debido al pontífice reinante, que prefería decidir por sí mismo. Con León XIV el escenario cambia radicalmente. La elección de confiar la guía del Dicasterio para los Obispos a un canonista no es casual: el mensaje es inequívoco. No más improvisaciones, sino reglas; no más favoritismos, sino criterios transparentes. Desde el principio, el nuevo Pontífice ha dejado claro que no quiere replicar el “método Bergoglio”. En la selección de obispos, de hecho, se vuelve a un proceso ordenado: el prefecto, junto con el aparato del dicasterio, conduce las investigaciones, recoge pareceres, escucha a los sacerdotes de las diócesis de origen y de aquellas que podrían recibir a los nuevos pastores; finalmente presenta al Papa los nombres de los candidatos. El Pontífice, a su vez, no es el titiritero que elige por capricho, sino el último en evaluar y decidir. Es el fin de una época de improvisaciones y de prácticas discutibles, cuando bastaba el vínculo con el círculo de Santa Marta para obtener una diócesis. Se cierra el tiempo de los llamados “Puglia bella”, "Made in Puglia" o “Basilicata bella”, reservorios de donde se pescaba no por mérito, sino por amistades y favores, quizá garantizados por quien llegaba con un obsequio de pasta fresca a las cocinas de la residencia.

El Dicasterio para los Obispos: corazón palpitante de la Curia

El dicasterio que Iannone se prepara a dirigir es uno de los más delicados. Las normas de Praedicate Evangelium lo describen con precisión: debe ocuparse de la constitución de diócesis, del nombramiento de obispos y de su formación, debe apoyar a los pastores en el gobierno, organizar las visitas ad limina, vigilar la unidad y el buen funcionamiento de las Iglesias particulares, incluso debe implicar al pueblo de Dios en la elección de candidatos. Se trata, en otras palabras, del corazón palpitante de la Curia. Aquí se decide quién dirigirá las comunidades católicas del mundo. Y, por tanto, se decide también la fisonomía futura de la Iglesia: si tendrá obispos atentos a la doctrina o proclives al compromiso, si serán padres solícitos con sus sacerdotes o administradores despóticos, si serán pastores de oración o gerentes de diócesis, si tendrán coraje profético o inclinación a la mediocridad.

Un nombramiento como programa de gobierno

El nombramiento de hoy, por tanto, no es un detalle burocrático, sino un acto programático. León XIV ha elegido comenzar desde aquí, y no por casualidad. Porque de la calidad de los obispos depende todo: la catequesis, la liturgia, la vida sacramental, la gestión de los recursos, la cercanía a los pobres, la defensa de la fe. Un episcopado débil genera comunidades desorientadas. Un episcopado fuerte, justo y enraizado, en cambio, se convierte en signo de esperanza. En una época en que la Iglesia parece perdida, fragmentada, a veces incluso doblada a las modas del momento, la decisión de poner a un hombre de derecho al frente de los nombramientos aparece como una respuesta precisa: no se sobrevive con la improvisación, sino con la seriedad, la competencia y el respeto de las reglas.

p.A.L.
Silere non possum