Roma – En el episodio anterior de esta investigación hemos visto cómo el planteamiento teológico y pastoral de don Julián Carrón ha ido rediseñando progresivamente la relación de Comunión y Liberación (CL) con la política, el dolor y los escándalos que han atravesado el movimiento. Ahora damos un paso atrás, a los días en que la herencia de don Luigi Giussani se traduce en decisiones concretas sobre la guía de la Fraternidad: ¿por qué, a su muerte, el movimiento pasa precisamente a las manos del sacerdote español? Con los documentos en la mano, reconstruimos el recorrido que conduce a esa decisión y la lucha interna –sin ninguna raíz evangélica– que se enciende en torno a la preferencia del fundador por Carrón, con celos, resistencias y tomas de posición que marcarán en profundidad la historia posterior de CL.
Don Giussani: «Seguid a Carrón»
Don Luigi Giussani señaló con precisión a don Julián Carrón como su sucesor en momentos, lugares y circunstancias distintas, todas documentadas. En el verano de 1997, en los Ejercicios espirituales de los novicios de los Memores Domini en La Thuile, dijo abiertamente: «Si Carrón asumiera la función que tengo yo, estaría felicísimo». El 26 de enero de 2004, en Milán, escribiendo al Santo Padre Juan Pablo II con ocasión del quincuagésimo aniversario del nacimiento del movimiento, pidió al Papa «la fuerza de una figura como nuestro padre Julián Carrón» para sostener la guía de CL. Pocas semanas después, durante un encuentro del Consejo nacional de Comunión y Liberación, también en Milán, comunicó haber obtenido el asentimiento del cardenal Rouco Varela y del Pontífice para el traslado de Carrón, hablando de su «sueño» de tenerlo de forma estable consigo y definiendo esta elección como «un regalo para la comunidad eclesial». Por último, en febrero de 2005, en la casa de via Martinengo en Milán, durante los últimos días de su vida, dejó la indicación más explícita y afectuosa: «Nuestra fuerza, nuestro carisma, es la unidad entre Carrón y yo. Seguid a Carrón».
El paso de la voluntad del fundador a los actos concretos de la Fraternidad tiene lugar el 19 de marzo de 2005. En Milán se reúne la Diaconía central de la Fraternidad de Comunión y Liberación para proceder al nombramiento del nuevo presidente, tras la muerte de don Giussani el 22 de febrero de 2005. Al encuentro asisten todos los miembros de la Diaconía, 27 en persona y 2 por delegación; las operaciones se desarrollan mediante votación secreta, con la mesa presidida por el obispo electo S.E.R. Mons. Luigi Negri. De la votación surge un dato claro: es elegido casi por unanimidad, con una sola papeleta en blanco, don Julián Carrón, a quien Giussani había querido a su lado desde hacía aproximadamente un año, llamándolo desde España con el pleno consenso del cardenal Antonio María Rouco Varela.
Sin embargo, esa elección no permanece como un hecho interno a la Diaconía. La elección unánime de don Julián Carrón del 19 de marzo de 2005 es proyectada, en pocos años, al plano más visible de la vida eclesial universal, hasta convertirse en un punto fuerte gracias al cual el movimiento relee a sí mismo y su propio papel en la Iglesia.

Comunión, carisma, misión
El 24 de marzo de 2007, en la Plaza de San Pedro, Benedicto XVI se encuentra, por primera vez después de la muerte del fundador, con los participantes en la peregrinación promovida por Comunión y Liberación para el XXV aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad. Es el primer gran «bautismo público» de Carrón como presidente: el Papa lo cita expresamente, le agradece las palabras dirigidas en nombre del movimiento y vincula desde el principio su saludo a la figura de don Luigi Giussani, definiéndolo amigo personal y recordando haber presidido su funeral en el Duomo de Milán en 2005. En ese discurso, Ratzinger realiza dos operaciones decisivas. Por un lado, recoloca a CL dentro de la historia de los movimientos posconciliares, reconociendo que el Espíritu Santo suscitó, «a través de él» [Giussani], una experiencia nacida no de un diseño organizativo de la jerarquía, sino de un encuentro renovado con Cristo. Por otro lado, puntualiza la naturaleza de este carisma: el movimiento está llamado a «testimoniar la belleza de ser cristianos» en un tiempo en que el cristianismo es percibido como un peso; su originalidad reside en reproponer el «acontecimiento cristiano» de modo fascinante y culturalmente pertinente.
El Pontífice insiste también en un punto eclesiológicamente delicado: no hay contraposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática de la Iglesia, porque son «coesenciales». Los movimientos, si son realmente dones del Espíritu, deben insertarse en la comunidad eclesial, trabajar en diálogo con los pastores, convertirse en factor de edificación para la Iglesia de hoy y de mañana. Es una legitimación fuerte, pero acompañada de una condición igualmente clara: comunión leal con el Sucesor de Pedro y con los obispos.
Cuatro días después, el 28 de marzo de 2007, Carrón escribe a los miembros de la Fraternidad para interpretar lo sucedido en la Plaza de San Pedro. La carta marca un punto de inflexión en su lectura del carisma de CL. La audiencia es definida como «acontecimiento que marcará nuestra historia para siempre»: el pueblo de CL, «consciente de su fragilidad», se reconoce abrazado por el Papa y, a través de él, por Cristo. Para explicar el alcance de lo que ha sucedido, Carrón retoma las palabras de Giussani sobre el reconocimiento de Cristo presente y las utiliza como clave de lectura de la audiencia con Benedicto XVI, sugiriendo que precisamente en esa relación con el Papa se hace hoy experimentable aquella «excepcionalidad sin parangón».
Es una clave teológica y pedagógica que, de hecho, vincula estrechamente la historia del movimiento a la lectura que de ella ofrece el presidente, cuando «traduce» el magisterio pontificio al lenguaje interno de CL. En la misma carta, Carrón sintetiza el discurso de Benedicto XVI en tres puntos, que se convertirán en su rejilla de interpretación de ese mismo carisma:
ante todo, el reconocimiento del origen personal del movimiento, nacido de la experiencia de Giussani herido por el deseo de belleza, y de su capacidad de reproponer el acontecimiento cristiano;
después, la confirmación de que este carisma permanece en la experiencia de los «hijos espirituales» del fundador, es decir, en el movimiento tal como vive hoy;
por último, el relanzamiento misionero: la invitación del Papa a llevar «la verdad, la belleza y la paz» de Cristo a todo el mundo es asumida como programa renovado, para vivir con una fe «profunda, personalizada y sólidamente arraigada» en el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
En este pasaje toma forma un ulterior giro impreso por Carrón al movimiento: un giro no solo expresamente solicitado por Benedicto XVI, sino del que el sacerdote español se convierte en uno de los intérpretes y sostenedores más convencidos. En el plano social, como hemos visto, reafirma que CL no puede ser reclutada en un alineamiento partidista. En el plano eclesial, en cambio, asume una línea que muchos responsables de otros movimientos no han sabido o querido recorrer: empujar a CL fuera de lógicas sectarias y autorreferenciales, favoreciendo la colaboración con los obispos, la participación ordinaria en la vida diocesana y, por esta vía, el encuentro del carisma de don Giussani con el resto del pueblo de Dios, en la comunión real con los pastores y con el Papa.
CL más allá de sí misma
En 2008, Carrón entra directamente en uno de los lugares más altos del discernimiento eclesial: la XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (5-26 de octubre), dedicada a «La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia». Benedicto XVI lo nombra Padre sinodal; durante los trabajos, los obispos del grupo de lengua española lo eligen relator, confiándole un papel clave en la redacción de las proposiciones finales, en colaboración con el relator general. Es un signo ulterior de confianza institucional, pero también el paso que Carrón utilizará para redefinir la autoconciencia del movimiento.
El 3 de noviembre de 2008, pocas semanas después de la conclusión del Sínodo, el sacerdote escribe una nueva carta a la Fraternidad. Partiendo de la experiencia sinodal –donde ha visto confirmada la idea de que la Palabra de Dios es ante todo un «acontecimiento», Jesucristo presente en la historia a través de la Iglesia– propone una relectura global de la historia de CL en tres «fases».
La primera fase es la de los orígenes: la irrupción del Espíritu suscita el carisma, que encuentra resistencias e incomprensiones, pero paga también el precio de la inmadurez de sus primeros protagonistas.
La segunda fase es la del reconocimiento: con Juan Pablo II y luego con Benedicto XVI, hasta el encuentro del 24 de marzo de 2007, el movimiento recibe una plena acogida en la vida de la Iglesia.
La tercera fase, la «actual», es definida como el tiempo en que el carisma es para la Iglesia y para el mundo: el don recibido no puede permanecer circunscrito al pequeño mundo de CL, sino que está llamado a contribuir a la renovación eclesial y al testimonio cristiano en todo ambiente.
En esta perspectiva, Carrón invita a los miembros del movimiento a verificar cómo, en sus circunstancias concretas, pueden «contribuir al bien de la Iglesia»: no solo mediante la presencia en los lugares de trabajo, cultura y caridad, sino también a través de formas de colaboración directa en la vida eclesial ordinaria –catequesis parroquial, servicios pastorales, compromisos en las estructuras diocesanas– siempre «según la naturaleza de nuestro carisma», que tendría en el testimonio personal su cumplimiento.
Desde el punto de vista eclesial, el bienio 2007-2008 marca para el movimiento un paso decisivo: por un lado, la Suprema Autoridad lo presenta oficialmente como recurso para todo el pueblo de Dios, insertándolo de modo estable en la constelación de los nuevos movimientos eclesiales; por otro, su presidente asume un papel cada vez más visible entre quienes, en el panorama eclesial, viven, observan y promueven la estación de los carismas en la Iglesia.
Los buitres alrededor de San Pedro
Los resultados eclesiales y pastorales de este paso no han quedado sin consecuencias. Junto a los frutos se han multiplicado envidias, celos e intereses contrapuestos. Se consolida así un frente hostil decidido a arrojar sombra sobre la actuación del presidente de la Fraternidad, en el que confluyen al menos dos factores: la cuestión política, por parte de quienes habrían querido el movimiento alineado partidariamente, y la resistencia de ambientes que nunca han digerido la apertura a la colaboración con las diócesis y a la participación ordinaria en la vida de las Iglesias locales. Para estos, CL debía seguir siendo una realidad aparte, también en el terreno de la formación presbiteral, y la línea indicada por Carrón – que Silere non possum ha documentado en esta primera parte de la investigación – resultaba sencillamente inaceptable.
«Hay que corregir los errores de don Giussani», afirmó, a la muerte del fundador, alguien dentro del movimiento que, a pesar de haber logrado obtener el episcopado, nunca había conseguido hacer brecha en Gius, acumulando con el tiempo no pocos resentimientos. De todo esto, de cómo el movimiento ha comenzado a vivir a partir de 2013 y de cómo se ha construido este relato –y por quién ha sido alimentado– nos ocuparemos en la cuarta entrega de esta investigación.
p.E.V. y M.P.
Silere non possum