Ciudad del Vaticano – El nuevo tándem al frente del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica —formado por la hermana Simona Brambilla, prefecta desde enero de 2025, y la hermana Tiziana Merletti, secretaria desde el mes de mayo— ya ha comenzado a dejar su huella ideológica. Y, como era de esperar, las primeras víctimas corren el riesgo de ser aquellas realidades vivas y dinámicas que no encajan en la forma mentis de dos sexagenarias hijas de la escuela del '68.

Hace pocos días, partió desde la Plaza Pío XII una carta dirigida a la comunidad cisterciense de Heiligenkreuz, histórica abadía austríaca que representa hoy uno de los raros ejemplos de auténtico renacimiento monástico en Europa. La misiva anuncia una Visita Apostólica por parte del Dicasterio. Una señal clara y contundente, en la que siempre se vislumbra la sombra de Mauro Giuseppe Lepori.

Mauro Lepori y la envidia

Tras esta intervención del Dicasterio planea la figura controvertida de Mauro Giuseppe Lepori, Abad General de la Orden Cisterciense, quien desde hace tiempo lleva adelante una cruzada personal y obstinada contra quienes, dentro de su misma familia religiosa, se atreven a recorrer caminos distintos a los suyos. Ya conocido por sus vínculos con los salones de Comunión y Liberación, por su deseo nunca oculto de convertirse en obispo, y por su incansable participación en congresos, Lepori ha hecho de todo para comisionar comunidades religiosas que no reflejan su esquema —incluso sin pruebas ni acusaciones concretas.

Un precedente emblemático es el del Monasterio de San Giacomo di Veglia, puesto en la mira gracias a la actuación descarada de Lepori y la complicidad silenciosa del Dicasterio. Ahora le toca el turno a Heiligenkreuz, una realidad dinámica y llena de jóvenes, guiada por el abad Maximilian Heim, una figura sólida y respetada internacionalmente. Y precisamente Heim ha sido varias veces blanco de las críticas destructivas de Lepori, culpable de encarnar un modelo de vida cisterciense demasiado "poco monástico" según los cánones italianos (o franceses, por ejemplo). Pero ¿existe una única forma de ser monje? ¿O la Iglesia no está compuesta por diversos carismas?

El veneno sutil de la envidia clerical

Aquí emerge un punto crucial: la envidia, una plaga endémica en el clero y en el mundo religioso. Cada vez que una realidad funciona, se regenera, atrae jóvenes y devuelve confianza al Pueblo de Dios, siempre aparece alguien —frustrado e inseguro— dispuesto a sembrar dudas, difamar, construir narrativas tóxicas. Las acusaciones no necesitan pruebas: basta con un susurro, una insinuación, un correo anónimo enviado a la persona adecuada, y la máquina inquisitorial se pone en marcha. De ciertas bocas siempre salen insinuaciones y calumnias de índole moral, pero en realidad, lo que se atribuye a otros no es más que el reflejo de los deseos ocultos de quien habla. La historia reciente de la Iglesia está sembrada de procesos sumarios, en los que la palabra visita apostólica se convierte en antesala de la sospecha, no de la verdad ni del cuidado paterno. Y quien siembra cizaña, a menudo lo hace proyectando sus propias heridas interiores sobre los demás, como recuerdan numerosos estudiosos de la psique.

Heiligenkreuz es un ejemplo evidente de ello: una comunidad floreciente, joven, arraigada en la liturgia y en la vida monástica, con un impacto real en la vida de familias, estudiantes y fieles. En un tiempo de desertificación vocacional, una abadía así debería ser imitada y admirada, no perseguida.

Un ataque ideológico disfrazado de inspección

Pero aquí el problema no es solo Lepori. El verdadero problema es que al frente del Dicasterio hay dos mujeres que fomentan y comparten una visión uniformadora y recelosa hacia toda forma de éxito en la vida religiosa. En particular, hacia aquellas realidades donde la fidelidad a la tradición se combina con una vitalidad pastoral. La dupla Brambilla-Merletti corre el riesgo de convertir el Dicasterio en un instrumento de represión ideológica, donde las visitas apostólicas no son herramientas de discernimiento, sino armas políticas para demoler lo que no se alinea.

En una Iglesia que con demasiada frecuencia se refugia en la abstracción o en el compromiso, abadías como Heiligenkreuz representan un faro incómodo. ¿Demasiada liturgia? ¿Demasiado latín? ¿Demasiados jóvenes con hábito monástico? Quizá para algunos, sí. Quizá por eso mismo Heiligenkreuz está siendo atacada. Y quizá no sea casual que esto ocurra justo ahora, con dos mujeres al frente de un Dicasterio que nunca antes había tenido esta configuración. No olvidemos además que algunos albergan una cierta antipatía hacia este monasterio porque es la cuna de la Philosophisch-Theologische Hochschule Benedikt XVI. Se trata de una universidad, reconocida precisamente por Benedicto XVI en 2007, que es muy válida y en la que enseñan excelentes profesores católicos.

Está claro, entonces, que aquí el problema es el uso del poder eclesial para sostener una visión ideológica y uniformadora, que sofoca la diversidad de carismas y mortifica lo que crece espontáneamente.

Una advertencia para toda la Iglesia

El caso de Heiligenkreuz no es solo una cuestión interna de la Orden Cisterciense. Es una prueba de fuego para toda la Iglesia. Si se permite que la venganza personal y los celos ideológicos se impongan sobre la verdad de los hechos y la vitalidad de los carismas, entonces nadie estará a salvo.

Ni los monasterios, ni las nuevas comunidades, ni los movimientos, ni las parroquias donde aún se intenta vivir el Evangelio con rigor y belleza. Heiligenkreuz no es perfecta —ninguna comunidad lo es— pero es un signo de esperanza entre tantos escombros. Si también esto es demolido, para satisfacer las frustraciones de unos pocos y el control de quienes temen la libertad, entonces quedará claro que el problema no son los monjes, sino quienes gobiernan con el alma cegada por la ideología y el resentimiento.

“Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16). Quizá ha llegado el momento de mirar los frutos. Y de no dejarlos pudrir por culpa de la envidia.

p.L.H.
Silere non possum