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El discurso de Papa León XIV al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede se presenta desde el principio como una piedra angular del nuevo pontificado: un camino trazado con claridad, que señala la urgencia de construir un mundo fundado no sobre el dominio, sino sobre la Paz, la Justicia y la Verdad.
La paz: don y responsabilidad
La palabra “paz”, demasiadas veces reducida a simple “tregua”, ha sido restituida a su plenitud cristiana por León XIV. Él la definió como el primer don de Cristo: «Os doy mi paz» (Jn 14,27). Pero la paz, subrayó, no es un bien pasivo o teórico: es un don activo, que llama a cada persona a una conversión interior.
Una paz que se construye ante todo en el corazón, erradicando el orgullo, midiendo las palabras, purificando las intenciones. En este horizonte, León XIV reiteró la importancia del aporte de las religiones y del diálogo interreligiosoen la construcción de la paz, en plena sintonía con lo que afirmaba León XIII, quien en la encíclica Catholicae Ecclesiaereconocía la dignidad de los pueblos lejanos y la necesidad de un diálogo paciente y respetuoso.
El Papa denunció con firmeza la carrera armamentista, señalando la necesidad de un desarme verdadero, que no sea una ilusión pacifista, sino una responsabilidad política y moral. “Ninguna paz es posible sin un verdadero desarme”, recordó, relanzando el grito de alarma de su predecesor. En un tiempo marcado por conflictos olvidados y tensiones emergentes, León XIV pide devolver dignidad a la diplomacia multilateral, porque encontrarse vale más que enfrentarse.
La justicia: raíz de la paz
La justicia, subrayó León XIV, tiene un rostro concreto: es el rostro de los últimos, de los trabajadores explotados, de los migrantes ignorados, de las familias heridas. Es la voz de los ancianos olvidados, de los enfermos solos, de los desempleados sin esperanza. Sin embargo, cada uno de ellos – recordó con fuerza el Papa – conserva una dignidad ontológica intacta, en cuanto criatura querida y amada por Dios. Esta visión no es un principio abstracto, sino el fundamento mismo de una sociedad justa. Y la familia, añadió, es el primer lugar donde esta justicia se aprende y se vive.
Por eso León XIV afirmó con claridad: “Esto se puede hacer ante todo invirtiendo en la familia, fundada sobre la unión estable entre un hombre y una mujer, ‘sociedad pequeña pero verdadera, y anterior a toda sociedad civil’”. Una afirmación que remite no sólo a la enseñanza de León XIII, sino a toda la tradición de la Iglesia, incluido el magisterio reciente de Papa Francisco, quien – también en Amoris laetitia – ha reiterado que no hay otra familia que la formada por un hombre y una mujer.
Sin embargo, precisamente estas palabras han provocado, en las últimas horas, una oleada de reacciones – titulares, artículos, publicaciones y vídeos – en los que algunos han acusado al Papa de querer excluir o atacar a la “comunidad LGBTQ+”. Se trata de una distorsión que pone de relieve un grave riesgo para la vida pública: la dificultad de escuchar, de distinguir, de acoger un pensamiento diferente sin recurrir inmediatamente al enfrentamiento.
Es en este contexto que cobran plena actualidad las palabras pronunciadas por León XIV hace sólo unos días, dirigiéndose a la prensa: “Desarmemos la comunicación de todo prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresividad. No hace falta una comunicación estruendosa, muscular, sino más bien una comunicación capaz de escuchar, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la Tierra”.
Sí, tal vez sea necesario aprender a desarmar las palabras. Aprender que afirmar un principio – en este caso, un principio doctrinal y antropológico constante de la Iglesia – no significa atacar a nadie. Expresar la propia fe no es un acto de exclusión, sino de fidelidad. Y defender la idea de familia, según la visión cristiana, no es una declaración de hostilidad, sino un testimonio que puede y debe convivir con el respeto hacia cada persona, sea cual sea su condición. En este sentido, la familia fundada en la unión estable entre un hombre y una mujer – explicó León XIV – no es una ideología que se opone a otras visiones, sino una realidad antropológica y espiritual que la Iglesia tiene el deber de custodiar. Es el primer lugar donde se transmite la vida, donde se aprende la responsabilidad, donde se aprende a ser justos. Es la primera “escuela” de la justicia. Por eso una verdadera política de justicia no puede sino partir de ahí: de apoyar a las familias, de reconocer su valor insustituible, de proteger sus derechos, también sociales y laborales, hoy demasiado a menudo olvidados. No se trata de cerrarse, sino de edificar sobre lo que genera. La justicia que olvida a la familia – dijo en sustancia León XIV – se olvida de sí misma.
La verdad: fundamento de las relaciones
El tercer pilar del discurso de León XIV es la Verdad. Y paradójicamente, la reacción descompuesta de cierta prensa– que ha sacado de contexto y distorsionado sus palabras para generar titulares sensacionalistas – confirma su urgencia. En una época marcada por ambigüedades lingüísticas, desinformación digital y manipulación perceptiva de la realidad, el Papa advirtió con fuerza: «No se pueden construir relaciones verdaderamente pacíficas sin verdad».
La verdad – explicó – no es una ideología, ni un concepto abstracto. Es una Persona: Cristo mismo. Sólo a partir de esta verdad las relaciones pueden volverse auténticas y los pueblos reconciliados. Por eso, la Verdad no puede separarse de la caridad: las dos caminan juntas. Pero precisamente por estar animada por la caridad, la verdad también puede requerir un lenguaje franco, directo, a veces incómodo. No para herir, sino para edificar. No para dividir, sino para liberar.
También aquí se percibe un eco de Benedicto XVI, quien en la encíclica Caritas in veritate escribía: “Sólo en la verdad la caridad resplandece y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es, a la vez, la de la razón y la de la fe, mediante las cuales la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad: comprende su significado de donación, de acogida y de comunión.”
Es esta verdad la que, según León XIV, puede guiarnos en el enfrentamiento de los grandes desafíos de nuestro tiempo: la complejidad de las migraciones, el uso ético de la inteligencia artificial, la defensa de la dignidad humana y de la creación. Verdad que no se impone con la fuerza, sino que se propone con claridad. Verdad que no grita, sino que ilumina.
Un nuevo comienzo en la esperanza
León XIV propone una diplomacia del corazón: humilde, valiente, universal. Es la diplomacia de la Santa Sede, que no persigue intereses particulares, sino que se pone al servicio del ser humano dondequiera que se encuentre: en el pobre, en el migrante, en el enfermo, incluso en el diplomático.
Un discurso que ya es programa de esperanza. Un programa no político, sino profundamente evangélico. Una invitación a redescubrir, como cristianos y como ciudadanos del mundo, que la verdadera civilización se funda sobre la verdad que libera, la justicia que construye y la paz que une.
Marco Felipe Perfetti
Silere non possum