Ciudad del Vaticano – Esta mañana, en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, el Santo Padre León XIV ha recibido en audiencia a los participantes en la Asamblea Plenaria de la ROACO, la Reunión de las Obras para la Ayuda a las Iglesias Orientales. Un discurso, el del Papa, marcado por la fuerza de las imágenes, la claridad del análisis y un apasionado llamamiento a no resignarse ante la indiferencia y la violencia que siguen arrasando el corazón del cristianismo oriental.
¿Qué es la ROACO?
La ROACO (Reunión de las Obras para la Ayuda a las Iglesias Orientales) es un comité que reúne agencias caritativasde varios países comprometidas con el apoyo material a las Iglesias orientales católicas. Fundada en 1968, actúa bajo la dirección del Dicasterio para las Iglesias Orientales y coordina proyectos de construcción religiosa, educación, sanidad y apoyo a las comunidades cristianas afectadas por conflictos. Entre sus miembros destacan la Catholic Near East Welfare Association y la Pontificia Misión para Palestina, además de obras de Francia, Alemania, Austria, Suiza y Países Bajos.
«Dios ama al que da con alegría»: una misión, no un trabajo
El Santo Padre quiso reconocer de inmediato el carácter espiritual y misionero del compromiso de los miembros de la ROACO: «no es ante todo un trabajo, sino una misión ejercida en nombre del Evangelio». Donar – recordó, citando a San Pablo – es ante todo un gesto que alegra el corazón de Dios. Pero hoy, este don tiene un valor aún más profundo: se convierte en aliento para las Iglesias de Oriente, “botellas de oxígeno” en un contexto asfixiado por la guerra, el odio y los intereses geopolíticos.
El Papa describió con tonos dramáticos la situación de los cristianos en Oriente Medio y en Ucrania, evocando la imagen de tierras «secadas por los intereses, envueltas en un manto de odio que hace el aire irrespirable». En este contexto, la ROACO – afirmó – «es una luz que brilla en las tinieblas del odio».
La violencia y sus raíces: palabras claras contra la mentira y la propaganda
El Pontífice recorrió después los sufrimientos históricos de las Iglesias orientales católicas, no sin cierta autocrítica hacia Occidente eclesial: «por desgracia, no han faltado abusos e incomprensiones incluso dentro del ámbito católico». Pero hoy, advirtió, una nueva vehemencia “diabólica” parece abatirse sobre estos territorios. No faltó la referencia a la ausencia de participantes de Tierra Santa, imposibilitados de viajar a causa de la guerra en curso.
Impactó la dureza con la que León XIV denunció la pérdida de eficacia del derecho internacional: «ya no parece obligatorio», sustituido por el «supuesto derecho de imponer por la fuerza». Se trata – dijo – de una realidad «indigna del ser humano, vergonzosa para los responsables de las naciones». El Papa señaló con el dedo el rearme, definido como «falsa propaganda», y el enriquecimiento de los “mercaderes de la muerte”, responsables de la destrucción de escuelas y hospitales.
Oración, ayuda, testimonio: los tres caminos del cristiano
¿Qué pueden hacer, entonces, los cristianos? León XIV señaló tres caminos: la oración, la ayuda concreta y – sobre todo – el testimonio. «Nos corresponde a nosotros convertir cada noticia trágica en un grito de intercesión a Dios», dijo. Pero el centro del compromiso es permanecer fieles a Cristo, sin ceder a las lógicas del poder: «imitar a Cristo, que venció el mal amando desde la cruz», no a Herodes ni a Pilato – símbolos del miedo y la evasión de responsabilidades.
A este respecto, el Papa pronunció uno de los pasajes más fuertes de su discurso: «Miremos a Jesús, que nos llama a sanar las heridas de la historia con la sola mansedumbre de su cruz gloriosa», cuya fuerza está en el perdón, la esperanza y la transparencia incluso «en el mar de la corrupción».
La belleza de las Iglesias de Oriente: un tesoro por redescubrir
No solo denuncia. El Pontífice dedicó también un amplio espacio a la belleza del cristianismo oriental: liturgias que hacen habitar a Dios en el tiempo y en el espacio, cantos seculares de gloria y súplica, una espiritualidad que huele a misterio. «En la noche de los conflictos sois testigos de la luz de Oriente», dijo dirigiéndose a los miembros de la ROACO.
Pero esta luz – advirtió – sigue siendo demasiado ignorada incluso dentro de la Iglesia católica. Por ello, León XIVrelanzó con fuerza la invitación de san Juan Pablo II: «La Iglesia debe aprender de nuevo a respirar con sus dos pulmones». Y no basta con un respeto teórico: hace falta conocimiento, amor, cercanía. De ahí la propuesta concreta del Papa: introducir en los Seminarios y Universidades católicas cursos básicos sobre las Iglesias orientales, como ya ha indicado el Magisterio.
El discurso de Prevost destaca su actitud de acogida y su voluntad de construir unidad, no división. Sus reflexiones se aplican con inteligencia también a la variedad de las liturgias que enriquecen la Iglesia: no son motivo de fractura, sino expresión de su verdadera catolicidad, es decir, de su universalidad. Si en algunos grupos vinculados a una determinada forma litúrgica surgen desviaciones o actitudes problemáticas, es sobre el aspecto humano donde se debe intervenir, no atacando la liturgia en sí. Porque la liturgia auténtica no divide: educa, convierte, eleva. Y nunca puede convertirse en terreno de confrontación.
Hermanos, no primos
El Papa abordó también un tema eclesial muy actual: los católicos orientales ya no pueden ser considerados «primos lejanos», sino hermanos. La migración forzada los ha llevado junto a nosotros, y su sentido de lo sagrado y su fe forjada en las pruebas son un don para Occidente, a menudo marchito.
Una Iglesia que conoce, ama y construye
Para concluir, León XIV confió el camino de crecimiento común en la fe a la intercesión de María, Madre de Dios, y de los apóstoles Pedro y Pablo, signos vivos de la unidad entre Oriente y Occidente. Con su bendición, animó a los presentes a perseverar «en la caridad, animados por la esperanza de Cristo».
El de hoy no ha sido un discurso cualquiera: ha sido una intervención densa, lúcida y cargada de significado. Un texto que interpela, que invita a reflexionar profundamente sobre los nudos cruciales de la vida eclesial y del contexto geopolítico actual. Un discurso que merece atención, análisis y, sin duda, una profundización ulterior en los próximos días.
s.P.A.
Silere non possum