Roma «Las parejas de divorciados vueltos a casar civilmente en una segunda unión pueden recibir la Comunión en la Iglesia solo si no tienen relaciones sexuales». Con esta afirmación, clara y sin ambigüedades, el cardenal Willem Jacobus Eijk, arzobispo metropolitano de Utrecht, respondió a las preguntas de los periodistas durante la presentación de su libro El vínculo del amor. Matrimonio y ética sexual, celebrada esta tarde en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum.

El purpurado abordó con precisión lo que definió como «una dificultad frecuentemente debatida hoy»: la cuestión de los divorciados vueltos a casar y su posibilidad de acceder a la Eucaristía. «En el número 84 de la Familiaris Consortio de San Juan Pablo II se dice que, en tal caso, se debería vivir sin actos sexuales», recordó Eijk. «¿Por qué? Porque el matrimonio civil no es un vínculo regular, no es un matrimonio válido, si todavía es válido el vínculo del primer matrimonio. Ese es el problema», explicó, remitiéndose al Magisterio de San Juan Pablo II y a la doctrina católica sobre el vínculo sacramental indisoluble.

El cardenal subrayó luego la dimensión teológica del tema, que no puede reducirse a una cuestión disciplinaria o pastoral. «Hay personas que viven en esta situación, pero van a la iglesia y quieren también recibir los sacramentos. Esto, naturalmente, es difícil. Cristo se entrega totalmente a nosotros en el sacramento de la Eucaristía, y de nuestra parte también debe haber una entrega total a Él. Y si eso falta en el matrimonio, no se puede recibir la Comunión», afirmó, reiterando el vínculo profundo entre la Eucaristía y el sacramento del matrimonio.

Aun reafirmando la necesidad de la coherencia sacramental, el cardenal quiso precisar que la Iglesia no excluye a quienes se encuentran en tales condiciones. «Naturalmente, las personas que viven en una relación así son muy bienvenidas en la Iglesia, sin duda alguna. Pueden participar en nuestra liturgia, e incluso en nuestras actividades caritativas. Pero no pueden recibir la Comunión por el motivo que he explicado», declaró, subrayando que la acogida no equivale a un derecho absoluto a recibir un sacramento.

Eijk describió además la práctica pastoral adoptada en su iglesia particular: «En Holanda lo hacemos así: estas personas pueden acercarse al sacerdote durante la celebración eucarística, pero con los brazos cruzados sobre el pecho, y pueden recibir una bendición. Debo decir que, en muchos casos, esto funciona; calma un poco el sentimiento de exclusión, parece ser una solución satisfactoria: también nosotros podemos acercarnos al sacerdote, podemos avanzar durante la celebración de la Eucaristía como los demás, no tenemos que permanecer en nuestros asientos, sino que podemos venir y recibir una bendición».

El cardenal quiso precisar que esta práctica no es una novedad, sino que se inserta en la tradición de la Iglesia: «Siempre hemos bendecido también a los pecadores en la iglesia. Esa sería mi solución», concluyó el arzobispo de Utrecht, dejando entrever un equilibrio entre el rigor doctrinal y la atención pastoral.

Con esta intervención, Eijk reafirmó una línea de claridad teológica que, evitando toda rigidez estéril, busca permanecer fiel a la coherencia sacramental indicada por los Papás y por el Magisterio constante de la Iglesia.

d.G.T.
Silere non possum