🇮🇹 Versione italiana
🇺🇸 English version
Ciudad del Vaticano – Esta mañana, en el Aula Pablo VI, ha tenido lugar una de las audiencias generales más significativas del nuevo pontificado. El evento ha marcado un regreso visible y simbólico a la forma ecclesiae y a esa sobriedad institucional que siempre ha distinguido el servicio petrino: junto al Papa estaban presentes, conforme a la práctica tradicional, el Regente de la Prefectura de la Casa Pontificia, Monseñor Leonardo Sapienza, R.C.I., y, como novedad absoluta tras doce años, también el Secretario Particular de Su Santidad, el Reverendo Don Edgard Iván Rimaycuna Inga.
La presencia del secretario particular junto al Papa representa un cambio no solo formal, sino profundamente sustancial. Durante demasiado tiempo esta figura había sido relegada a una “agenda de citas” sin justificación, dejando al Pontífice sin una ayuda discreta pero decisiva, a merced de círculos informales e influencias opacas. Don Edgard Iván, sacerdote peruano de la diócesis de Chiclayo, ha sido durante años un colaborador fiel del cardenal Robert Francis Prevost, y hoy, convertido en Papa, continúa siendo asistido por una figura que lo conoce, lo apoya, lo protege y lo sirve con competencia y dedicación.
Actualmente es el Regente quien desempeña las funciones de asistencia al Papa en lugar del Prefecto de la Casa Pontificia, cargo actualmente vacante. No cabe duda de que León XIV sabrá identificar a una figura adecuada, premiando a quien haya demostrado con el tiempo competencia, dedicación y amor tanto por el Papa como por la Institución. Ya en los primeros signos, además, se percibe una restauración de la sobriedad eclesial: durante la audiencia concedida a los periodistas y, aún más claramente hoy, se ha restablecido el uso exclusivo de clérigos en torno al Santo Padre durante las apariciones oficiales.
Una elección teológicamente significativa, coherente con la naturaleza sacramental del ministerio petrino, como el mismo Pontífice recordó en su primer Regina Caeli: cada uno en la Iglesia sirve según su estado.

El regreso de una liturgia del corazón
El marco de la audiencia no era solo institucional. Se entrelazó con un momento histórico de gran intensidad espiritual: la conclusión del Jubileo de las Iglesias Orientales, celebrado del 12 al 14 de mayo. El Santo Padre quiso dirigirse a ellas en uno de sus primeros discursos oficiales, subrayando el valor inestimable de estas antiguas comunidades que, aun en medio del sufrimiento, custodian fielmente la riqueza de la liturgia, de la sinodalidad y de la espiritualidad cristiana. El Papa saludó a los patriarcas y a los representantes de las Iglesias Orientales con el tradicional anuncio pascual: ¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!, tocando el corazón de muchos de los presentes. Luego prosiguió: “¡Sois preciosos! Custodiáis tradiciones espirituales y sapienciales únicas. Vuestras liturgias, vuestras lenguas antiguas, vuestros gestos, siguen hablando hoy con fuerza al corazón de la Iglesia.”
En un pasaje de gran densidad teológica, citó al Papa León XIII y su carta apostólica Orientalium Dignitas (1894), afirmando que “la Iglesia católica no posee un solo rito, sino que abraza todos los antiguos ritos de la cristiandad” y que la unidad no se expresa en la uniformidad, sino en la variedad, vivificada por la fe común.
Una misión de paz
El discurso se volvió entonces profético y dramático. El Pontífice lanzó un llamado apremiante a los responsables de las naciones en conflicto, en particular en Oriente Medio, el Cáucaso y Ucrania: “La guerra nunca es inevitable. Las armas no resuelven los problemas, los multiplican. […] La paz de Cristo no es el silencio después de la destrucción, sino el don que regenera la vida y devuelve la dignidad a los pueblos.” E hizo un llamamiento que evidencia claramente su hermoso modo de vivir el ministerio petrino: «En nombre de la conquista militar, mueren personas. Se alza un llamado, no tanto del Papa, sino de Cristo, que repite: “Paz a vosotros” y especifica: “Os dejo la paz, os doy mi paz, no como la da el mundo, yo os la doy”». Tal como aconsejó en su primera homilía en la Misa celebrada en la Capilla Sixtina con los cardenales, León XIV quiere hacerse transparente y hacer resaltar a Jesucristo. Es Él, entonces, quien pide la paz, única fuente de la verdadera paz, no solo el Papa. Con palabras inspiradas por San Efrén el Sirio y San Isaac de Nínive, el Papa exhortó a “no perder la certeza de la Pascua en los trabajos de la vida”, e invocó una nueva temporada de reconciliación, en la que las Iglesias Orientales, fuertes en su tradición mística y ascética, pueden ofrecer al mundo un lenguaje capaz de regenerar la esperanza.

El recuerdo de la elección
La atmósfera de hoy también trajo a la memoria los intensos momentos del reciente cónclave. Al final de la audiencia, el Patriarca Louis Raphaël I Sako saludó al Pontífice con afecto y emoción. Fue precisamente él, junto con el Cardenal Tagle, quien apoyó al Cardenal Prevost durante las votaciones en la Capilla Sixtina. Durante el momento crucial del escrutinio, Tagle ofreció un caramelo al futuro Papa, quien lo tomó con gratitud, en un gesto simple y humano. Cuando su nombre se convirtió en “una letanía continua” dentro de la Sixtina, bajo el imponente Juicio Final, “Prevost respiraba profundamente” y cuando se alcanzó el número de 89 votos, sus compañeros cardenales se levantaron y aplaudieron largamente. Prevost, sin embargo, permaneció sentado, con la cabeza entre las manos. “Además, su nombre siguió siendo pronunciado durante un tiempo más”, explicó un cardenal, dando a entender que fue votado por alrededor de un centenar de purpurados.
La audiencia de hoy, además de ser la primera propiamente dicha del Pontificado (la concedida a los periodistas es ya una rutina tras la elección), ha ofrecido un hermoso retrato de la riqueza de la Iglesia. “Nos sentimos en casa, amados por el Papa”, relató a Silere non possum un patriarca al salir del Aula Pablo VI.
p.E.R.
Silere non possum