🇮🇹 Versione italiana
Ciudad del Vaticano – Circula en la red un video que ofrece una mirada auténtica y conmovedora sobre la relación, no exenta de dificultades, entre el P. Robert Prevost O.S.A. y Mons. Jorge Mario Bergoglio S.I. Se trata de un documento significativo, porque muestra con transparencia no solo las diferencias de visión entre dos figuras que han sido llamadas, de igual manera, a guiar la Iglesia, sino también la posibilidad concreta de vivir esas diferencias sin renunciar a la lealtad, la comunión eclesial y al surco trazado por todos los sucesores de Pedro. El Papa, de hecho, se inserta en un camino y no puede negarlo, destruirlo ni cambiar su sentido.
Las palabras que el entonces obispo Prevost pronunció al cumplirse diez años de la elección de Francisco son dignas de nota: sinceras, respetuosas, humildes y también algo embarazosas, pero nunca polémicas. Impacta especialmente su afirmación –“por suerte nunca llegaré a ser obispo”–, que no suena como una expresión de resignación, sino como la voz de un hombre que no busca honores, que ha comprendido el peso del ministerio episcopal y que habría elegido de buen grado continuar su servicio como simple hijo de Agustín. Palabras que, vistas con la perspectiva del tiempo, adquieren una fuerza aún mayor, sabiendo que ese mismo hombre se convirtió en cardenal y, hoy, es el Papa León XIV.
Pero lo que hace valioso este video no es solo su carga humana y espiritual, sino la luz que arroja sobre una etapa eclesial marcada por tensiones y un clima poco propenso al diálogo. El pontificado del Papa Francisco ha traído muchos cambios, pero sobre todo una atmósfera a veces opresiva, en la que expresar dudas o formular críticas, incluso constructivas, se interpretaba a menudo como un ataque personal al Papa, como una forma de negarlo. La falta de espacios para el intercambio hizo que las distintas visiones teológicas, sensibilidades espirituales y enfoques pastorales se vivieran no como una riqueza, sino como un problema a reprimir o eliminar.
Y sin embargo, la historia de la Iglesia siempre ha estado marcada por la pluralidad. San Ignacio de Loyola y San Agustín, aunque ambos reconocidos por la Iglesia como faros de santidad, encarnan dos sensibilidades espirituales profundamente diferentes: el primero, con una visión fuertemente ligada al discernimiento y la obediencia; el segundo, con una marcada atención a la gracia y la verdad interior. A pesar de ello, nadie pensó jamás que uno debía excluir al otro. Es precisamente esta capacidad de convivir en la diferencia lo que ha hecho fecunda y universal a la Iglesia.
Hoy, en cambio, somos hijos de una página triste de la historia que ha agudizado tensiones y partidismos: las divisiones en la Iglesia se vuelven ideológicas, personales, cargadas de una agresividad que no nace del Espíritu, sino de heridas interiores no resueltas. Demasiado a menudo, quien es incapaz de dialogar con quien piensa distinto, proyecta sobre los demás sus propias insatisfacciones, transformando las diferencias en enfrentamientos e insultos, y las opiniones en etiquetas. La dificultad de habitar la complejidad empuja a muchos –incluso en ambientes eclesiales– a encasillar cada voz, cada pensamiento, en categorías rígidas: “a favor” o “en contra”, “fieles” o “rebeldes”, “progresistas” o “tradicionalistas”.
Esta actitud no solo empobrece el debate, sino que distorsiona la realidad. El verdadero drama, hoy, es que son pocos los que saben abordar los temas con profundidad, sabiendo distinguir, analizar, poner en diálogo puntos de vista distintos sin caer en el maniqueísmo. Incluso cierto periodismo eclesial –y no solo eclesial– alimenta esta deriva: mediante el uso calculado de palabras, insultos ad personam, calumnias, tonos y narrativas, orienta la opinión pública, no para iluminar la realidad, sino para deformarla, para desacreditar a quien no encaja en el esquema ideológico del momento. El video que compartimos va en dirección opuesta y, una vez más, León XIV nos enseña un estilo con su ejemplo. Es un testimonio de lealtad sin adulación, de franqueza sin ruptura, de verdad vivida con respeto. En él no hay ansias de dividir, sino deseo de comprender. No hay pretensión de tener razón, sino voluntad de ser auténtico.
La Iglesia necesita unidad, pero no una uniformidad impuesta. Necesita pastores y fieles capaces de mirarse a los ojos y hablarse con verdad, incluso partiendo de visiones distintas. Y es por esto que, en días pasados, los cardenales han orado intensamente y se han confrontado para poder elegir a “un hombre de comunión”. Este es el rostro de Iglesia que el video nos invita a contemplar: sinceridad, verdad, con respeto y humildad. Y este es el rostro que estamos llamados, cada uno con su propio aporte, a custodiar y hacer crecer.
p.R.A.
Silere non possum